La malquerida

(Publicado originalmente en Huelva Hoy el 15 de marzo de 2019)

La que sí pero no, la que podría ser pero no llega. La que tiene todo el potencial pero ninguna de las realidades. La que espera.

Quien ha vivido en Huelva lo sabe. La ciudad dormida. Decía Clarín que «la heroica ciudad dormía la siesta» cuando describía Oviedo a través de Vetusta. Huelva la ciudad horizontal, nunca ha despertado. Apreciada pero no querida, sumida en una espera paciente que nunca termina.

Gobierno tras gobierno, color tras color político, a nuestra malquerida sólo han llegado las migajas de la mesa del amo.

Y pasa, pasa el tiempo. Lo prometido no llega porque hay otras manos, otros cuellos que vestir, otros oídos que regalar mucho más rentables que el nuestro.

Este viernes Huelva está llamada a salir a la calle en una demostración de dignidad, de apreciación y respeto de sí misma.

Tal vez esta manifestación por las infraestructuras no consiga nada. Tal vez. Tal vez haya intereses espurios detrás de esta convocatoria. Puede ser. Tal vez al final terminen de politizarla a pesar de los numerosos esfuerzos para que no suceda. Es posible.

Sin embargo, incluso a pesar de todo esto, la manifestación es necesaria, casi a nivel simbólico. Es de ley que Huelva recupere su dignidad o, mejor dicho, que empiece a tenerla. Una dignidad ninguneada por la clase política, por la historia, incluso a veces por nosotros mismos, quienes más deberíamos defenderla.

De nada sirve ser la bella olvidada. Tener un gran potencial de crecimiento turístico y económico sin que termine de materializarse es no tener nada y sin las infraestructuras adecuadas para desarrollarlo estaremos siempre en el vagón de cola. Hay que abrir Huelva. Romper las barreras que nos aíslan del resto del país y del resto de Europa en forma de carreteras, de trenes, incluso de aviones. Hay que abrir Huelva al resto del mundo, física, metal y espiritualmente. Y la ruptura de esa barrera pasa por algo tan sencillo y tan poderoso como una manifestación.

Es la hora de la población civil, o dicho con menos ampulosidad, de los vecinos. La hora de trasladar a la calle las horas de queja en nuestras casas, con nuestros amigos, en las barras de los bares. Es hora de mostrar físicamente, con nuestra presencia en las calles, con nuestro apoyo directo todas esas quejas y esos ruegos que durante años los gobiernos han ignorando sistemáticamente.

Porque la cura para los malos amores es el amor propio.

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