(Publicado originalmente en Huelva Hoy el 30 de septiembre de 2019)
Tendremos elecciones el 10 de noviembre y, como viene siendo habitual, tendremos seis hombres candidatos a la presidencia del gobierno de España.
Muy bien.
Cabe preguntarse, honestamente, si estos seis hombres son los seis hombres más competentes de España, si son los que están mejor preparados para ostentar el cargo y si están donde están por puro mérito y capacidad.
Que cada cual se responda como pueda o quiera.
Pero de nuevo son seis hombres, y ni rastro de una mujer en la primera línea de la vida política. Todas de segundo de a bordo. Con suerte.
Y aquí es donde entramos en la parte que más me divierte, porque los mismos tertulianos que dudan de la capacidad intelectual y política de nuestros amados líderes también son capaces de decir que si no hay ninguna mujer en el cargo es porque no habría ninguna capacitada.
Paradoja mental. Si estos señores no dan el corte, ¿de verdad pretendéis que creamos que no había ninguna mujer mejor que ellos? Seguramente sí, no una: decenas. Tampoco me puedo creer que en todas las principales fuerzas políticas casualmente haya sido elegido un candidato varón.
Queda por ver quién lidera las listas locales para esta convocatoria.
Pero rara vez un candidato a la presidencia está donde está sólo por su valía personal sino, mucho más, por una mezcla de don de oportunidad y capacidad para relacionarse. Desgraciadamente, los círculos de poder de este país continúan estando habitados por más hombres que mujeres y, al final, como todo en la vida, tiendes a escoger entre lo que tienes más a mano.
De los procesos de primarias hablamos tranquilamente otro día.
Por eso las cuotas, tan necesarias para romper el techo de cristal aunque algunos no lo vean. Por eso las listas cremallera. Para forzar la admisión de mujeres en esos círculos de poder, romper la tendencia. Dicho de otra forma, si al final tienes mujeres en tu equipo es más probable que elijas a una mujer para sucederte en el cargo.
Pero nos estamos desviando del tema. Estas elecciones generales del próximo mes de noviembre no presentan a ninguna mujer candidata entre las principales fuerzas políticas del país. Espero que sean las últimas. Es necesario reclamar el liderazgo femenino y ocupar los espacios de poder y de decisión en el país. Porque la mitad del mundo es nuestra y ya va siendo hora de que se enteren los que aún hacen oídos sordos.
Mientras tanto, mi voto para el próximo 10 de noviembre lo decidirán en gran medida las políticas que me afecten de primera mano como mujer porque, para mí, no son cosa baladí o menor: son temas que pueden marcar mi vida para siempre. Son políticas de las que dependen cuestiones como mi salud reproductiva, mi condición de sujeto activo con voz, voto y poder en el mundo, mi economía y mi estabilidad.
De primera línea son para mí cuestiones como la conciliación familiar, porque los cuidados siguen recayendo fundamentalmente en las mujeres; la reproducción subrogada, donde entra incluso un componente de clase que no podemos ignorar; la violencia ejercida específicamente contras las mujeres, cuya existencia se pone en duda a pesar de todas las voces que claman los contrario cada 8 de marzo en las calles de nuestro país; la trata de mujeres, una cuestión que debería indignarnos con toda la fuerza de la ley; la brecha salarial; el techo de cristal; el IVA a los productos de higiene femenina que son productos de primera necesidad y no me cabe en la cabeza que una sola persona pueda pensar lo contrario (la menstruación no se elige, señorías). La calidad del empleo femenino, la precariedad, la maternidad.
Podría seguir, porque son muchas las cuestiones que nos afectan a las mujeres de forma directa y específica. Y son precisamente esas cuestiones la que van a determinar mi elección del próximo 10 de noviembre, porque todas afectan a mi vida en todos los aspectos: social, familiar, económico. Porque señores, repito: somos la mitad de la población de este país. Más de la mitad, de hecho, si nos remitimos a los últimos datos demográficos del INE. No somos una minoría, no somos un pequeño porcentaje residual y anecdótico. La mitad del mundo es nuestro y hemos venido a reclamarlo, por si no ha quedado claro.
En las próximas semanas veremos de nuevo un debate público dominado por los principales temas, casi clichés, de las elecciones de los últimos cuatro años. Que si Cataluña, que si la corrupción, que si tú que si yo… Cuando hablen de lo que me importa, de lo que me interesa, les escucharé.