(Publicada originalmente en Huelva Hoy el 29 de junio de 2019)
Cuenta mi hermana que una vez una paciente suya, una señora muy mayor, exclamó al ver una manifestación en la plaza del ayuntamiento: “¡Mariquitas y mujeres! ¡Qué asco!”.
Poca distancia hay entra esa señora e incidentes como el de ayer en Barcelona… No, perdón, incidentes no. Decir incidentes blanquea lo sucedido. ¿Cuál sería la palabra adecuada? –Inteligencia, dame el nombre exacto de las cosas– Agresiones verbales como la de ayer en Barcelona me hacen pensar si no estaremos enfocando mal todo el tema del Orgullo.
Es cierto que el Amor no entiende nada y, al mismo tiempo, lo comprende todo. Uno no elige de quién se enamora, ni tampoco por quién siente un deseo sexual irrefrenable. Ahí es donde la naturaleza demuestra una vez más su soberanía incuestionable y nos hace esclavos de sus antojos. Nada que decir que no se haya dicho ya porque si el corazón tiene razones que la razón no entiende, las leyes del deseo humano escapan a las mejores cátedras de biología.
Pero ahí empiezan los problemas, a mi modo de verlo. Tal vez romantizar las preferencias afectivas y sexuales haya sido la mejor manera de abrir una vía en una inmensa presa que contenía y aprisionaba las vidas de muchos. Tal vez decir que “el amor no entiende de género” haya sido la mejor forma de ganarse la simpatía, la comprensión y la empatía de quienes en principio no eran capaces de asumir que no todo el mundo es heterosexual. Y tal vez sea posible que haya funcionado en muchos casos. Sin embargo, a mi juicio, en cierta medida es un error.
Primero porque a veces no se trata de amor sino sólo de sexo, y es tan legítimo como el amor aunque sin el envoltorio de flores y mariposas. No tienes porqué amar a una persona para desearla, y tienes todo el derecho del mundo a desear a alguien de tu mismo sexo y no ser juzgado por ello.
Y segundo, y aquí está para mí lo verdaderamente importante y lo que nos ha recordado la agresión verbal homófoba de ayer, no se trata de amar sino de ser. No se trata de un sentimiento irracional que vaya hacia fuera, dirigido a un sujeto externo, sino de un sentimiento que va hacia dentro, de una forma de ser y de sentir sobre la que uno mismo no tiene ningún control ni capacidad de decisión.
Dicho de otra forma, el Día del Orgullo en esencia no reclama la libertad de amar sino la libertad de ser, un verbo mucho más profundo en tanto que va dirigido al interior de uno mismo. O, si se prefiere, la libertad de amarse a uno mismo tal cual es, sin sufrir los abusos, insultos y vejaciones de nadie porque nadie tiene derecho a quebrar ese amor fundamental que uno debe sentir por sí mismo.
El derecho de respetarse a uno mismo. A quererse con todo, el paquete completo: virtudes, defectos y características. El derecho a existir libres, vivos y valientes, sanos y fuertes. El derecho a reclamar tu parte del espacio público. El derecho a hablar y ser escuchado. Respeto, fundamentalmente. Al final en esta vida, cada día estoy más convencida, todo se reduce a una cuestión de respeto a los demás y respeto a uno mismo.
El siglo XXI es maravilloso, a pesar de todo. Los avances sociales de los últimos cuarenta años parecerían ciencia ficción en la España de 1947, pero aquí estamos, avanzando paso a paso hacia una sociedad cada vez más respetuosa con las libertades individuales y, al mismo tiempo, con una buena conciencia de colectividad, una sociedad donde los que eran tradicionalmente oprimidos -homosexuales, transgénero, travestis, mujeres, minorías raciales y religiosas-pueden vivir felices y en paz.